septiembre 20, 2011


¿Acaso eres de esos amores que marcan el corazón tal y como lo hace el aceite cuando se derrama en la ropa: deja huella, no se quita y por más de que se lave y se retuerce y sea bañado con muchos productos no deja de estar ahí, tan atónita y fugaz, tan suave y aguda, tan penetrativa e intacta? ¿O sólo eres de esas fantasías bajo los árboles, de esas que vuelven cada vez que uno está en el ojo del tornado, tranquilo y veloz, que sólo se aparecen en el instante en que se necesita algún otro camino a la felicidad?
Sería imposible no lamentar la agonía en que me hundiría si existiera la posibilidad de que, aún si fueras ese amor que deja huella o esa fantasía veloz o lo que sea que fueras, dejase de contemplarte, dejase de tenerte, de necesitarte, de verte. Resulta imposible intentar imaginarme que desaparezcas de mi esencia sin dejar de retorcerme en dolor.

Saber que nada puede alejarme de lo que me produce verte ahí esperándome como si fuera algo que no sientes hace años, que extrañas pero no percibes, que conoces pero no imaginas, es sentir que no existe nada que pueda apartarme de vos, por más de que haya mil y una razones que confirmen que somos agua y aceite.
Dejar de experimentar la emoción que se manifiesta con el burbujeo en mi estómago al verte, entender por qué no hay otra cosa semejante al desosiego que me causa el oscuro razonamiento de que algún día pueda llegar a perderte, son dos de las cosas que nunca podré lograr siquiera rosar.

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